Los colegas que saben lo que me está pasando dicen que me ven animado, que lo llevo bien. Ésa es mi fachada. Estoy tan acostumbrado a dar siempre la imagen exacta que la gente se espera de mí que me he convertido en un camaleón hasta en mi vida privada. Los clientes quieren a un tipo profesional y cercano, pero al mismo tiempo frío y calculador. Buscan un tiburón del marketing que les garantice resultados y campañas virales. Yo se lo doy. Y si mis amigos no quieren verme de bajón, pues sonrío y me trago toda la mierda en silencio. Tampoco me imagino llorando con ellos. No es mi rollo, tampoco el suyo. De vez en cuando se atreven a ir un poco más allá de las charlas sobre fútbol, economía, tías, bares de moda y viajes y lanzan un tímido "¿cómo va lo tuyo?". Y yo, con toda mi socarronería, les digo que estoy hecho un toro… de camino a los corrales. Ahí nos echamos unas risas y pasamos a otro tema más liviano, menos emocional.
Creo que he empezado la casa por el tejado. Me he lanzado a la terapia conductal sin antes haber pasado por el médico de cabecera o el urólogo. Como me recomendaron hacerlo, simplemente no me lo planteé dos veces. A base de leer y leer en Internet me he dado cuenta de que antes de nada tendría que realizarme un chequeo. Stephen está de acuerdo. De hecho, le sorprendió bastante cuando le comenté que no lo había hecho todavía. Se supone que el especialista me hará una entrevista para intentar determinar el tipo y grado de impotencia que tengo. Luego tendré que pasar por los análisis de sangre y orina para saber si tengo el azúcar alto (no vaya a ser que sea diabético y no lo sepa), medir los niveles de testosterona, etc. Suena a ciencia-ficción, pero incluso puede que me hagan un test llamado "prueba de Doppler" para monitorizar las reacciones de mi pene durante la noche.
Una cosa que tengo clara es que si sigo notando problemas de erección en las próximas semanas (el sábado volví a fallar con Anna), voy a tener que recurrir a las pastillas para la impotencia. Siempre he pensado que la Viagra es para loosers, para esos viejos babosos que tienen casi 80 años y todavía no se resisten a echar un polvo al mes o al año… Es la ley de la justicia universal, que diría mi santa madre. Tanto reírme de los viejos y ahora soy yo el que tiene el problema.
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