jueves, 27 de junio de 2013

¡Quiero trabajar en Alemania! (porque Merkel los pone firmes)


A veces me cuesta reconocerme. Como me ha dicho Miguel hace un par de días, soy un hombre nuevo desde que vuelvo a follar al 100%. Era el único al que le había hablado de mi problema en profundidad, así que tenía ganas de contarle las buenas noticias también. Nos fuimos de pintas después del trabajo y, entre copa y copa, nos pusimos a hablar de lo bien que van las pastillas de Levitra. "¡En caso de que empieces a fallar, ya sabes, tío!", le dije. Aunque no se lo deseo ni al peor de mis enemigos… Según él, se me ve más relajado, volviendo a ser yo mismo. Hasta me nota otra vez el punto de chulería y arrogancia que siempre me ha echado en cara. A ver, yo soy (o era) así. Me gusto y no me importa demostrarlo, pero tampoco es que vaya arrasando como Atila. Simplemente, juego mis bazas con la habilidad de un maestro. Al fin y al cabo, ya peino canas. 

Pero no todo es hablar de sexo, que, aunque seamos hombres, no somos dos cro-magnones. Miguel está un poco preocupado porque en su empresa ha habido cambios en el equipo directivo y todavía no tiene muy claro cómo van a afectarle a él. Ha estado trabajando durante años como freelance y en diciembre pasado le propusieron ponerlo en nómina. En la mentalidad de nuestro país esto sería toda una noticia, pero no para Miguel. Como autónomo, evidentemente estaba obligado a pagarse su propio seguro y tal. Pero, al mismo tiempo, percibía una de dietas para parar un tren: por el transporte, por el Mac, por rendimiento, por incentivos, etc. Ahora, estando en plantilla, tiene un sueldo fijo y ya está. Por eso no está del todo satisfecho, a pesar de que en su momento fui un águila negociándolo y se cubrió bien las espaldas. El problema es que se siente anclado, sin margen de maniobra y con un panorama un poco raro entre sus jefes. 

La conversación se estaba volviendo un poco deprimente, hasta que Miguel se arrancó con una de sus ideas surrealistas. Dice que lo mejor sería irse a Alemania, como Alfredo Landa. "Seríamos la nueva generación de paletos españoles a la conquista de la tierra prometida, de las rubias tetudas y de las salchichas con cerveza". "Hombre, visto así tampoco suena tan mal", le contesté. Me parto con este tío. Siempre le ha gustado la mentalidad germana, su carácter racional en el trabajo y su capacidad de sacrificio. Eso sí, con un poco más de chispa serían ya perfectos. A lo mejor yo debería hacer lo mismo y empezar a buscarme un futuro en Alemania. Al fin y al cabo, Angela Merkel los pone a todos bien firmes y eso es, precisamente, lo que a mí me ha faltado en los últimos tiempos… 


martes, 25 de junio de 2013

Robbie Rogers, primer futbolista gay en activo. ¿Para cuándo un impotente?


Siempre me he considerado un tío de mente abierta porque así me educaron mis padres. Es lo que tiene ser hijo de una pareja de pseudo-hippies melenudos reconvertidos en honorables ciudadanos de clase media. Nunca he juzgado a nadie por lo que hace de puerta adentro y mucho menos por sus tendencias sexuales. ¡Estaría bueno! Yo he probado muchas cosas y de todo he aprendido, así que no soy el más indicado para criticar a nadie. Por eso nunca entenderé la obsesión yankee por clasificar a todo el mundo. Si tienes una amante y eres el Presidente de los Estados Unidos, estás acabado. Y si ella ha guardado como oro en paño los vestiditos con manchas de tu semen, eres un cadáver político. Me pone enfermo ese rollo tan hipócrita, fingiendo que todo el mundo vive el american dream y tiene una vida estándar y perfecta. No me extraña que los que no encajan en ese parámetro tengan miedo a reconocerlo. Puede que no te tiren piedras, pero hay insultos que duelen lo mismo. 

Me llama la atención la eclosión de deportistas homosexuales en activo que se ve últimamente. Bueno, tampoco es que se estén pegando leches para salir todos a la vez del armario. Solo lo han declarado públicamente dos, pero entre 0 y 2 media todo un abismo en este tema. De negar que existiesen gays en los vestuarios a reconocerlo con orgullo, puede decirse que algo está cambiando. Robbie Rogers, el de los Galaxy, no es que sea un fenómeno jugando al fútbol, pero para mí ya se ha ganado el aplauso solo por lo bien puestos que ha demostrado tenerlos. Después de esconderse, se ha dado cuenta de que la vida así no tiene sentido. También está Jason Collins, de la NBA. De todas formas, ¿por qué importa tanto la sexualidad de un deportista? Yo lo vería normal si fuesen acompañantes profesionales y en la tarifa incluyesen sexo. Pero, sinceramente, no veo la necesidad de convocar una rueda de prensa para tranquilizar al personal y prometer que cuando estás en el vestuario no miras con intención a nadie. 

Ahora que empieza a normalizarse el tema gay en el deporte, a lo mejor se animan otros a contar sus intimidades. ¿Cuándo tendremos al primer futbolista impotente de la historia? ¿Y al primer tenista eyaculador precoz? ¿Dirá alguno que sufre gonorrea? ¿O preferirán callar y seguir aprovechándose del aura de superhéroes que les da su condición de estrellas mediáticas? Sinceramente, me cuesta un huevo imaginarme a Beckham diciendo que a veces no se le levanta. Aunque en su caso. y con la mujer tan petarda que tiene, hasta lo entendería…  

jueves, 20 de junio de 2013

Pelé anuncia pastillas para la impotencia... sin tenerla


Me encanta el fútbol, por no variar. Ya sé que por naturaleza a los hombres nos gustan los deportes, las actividades físicas y desgañitarnos en las gradas cuando el deportista de turno la caga. A pesar de que sea uno de los estereotipos más patéticos que puedan existir, en mi caso se cumple. He jugado al fútbol desde que era un enano y siempre me ha flipado ver los partidos de la jornada, los resúmenes de otras ligas, las Eurocopas y mundiales, la Champions, etc. ¡Si cuando tenía 15 años hasta me hice un calendario la mar de apañado para no perderme ni un solo acontecimiento futbolero! Tenía un cuadrante que ni un estratega militar. 

Hablo de esto porque no hace muchos días, buscando más información sobre la impotencia y casos particulares que pudieran servir para orientarme, me encontré por casualidad con una campaña publicitaria que me sacó una sonrisa. Llevo el marketing en las venas, así que, cada vez que veo un producto o un anuncio, no puedo evitar analizarlo con ojos de experto. Me puede la fuerza de la costumbre. Es como si sabes mucho de literatura y te pasas la vida leyendo el periódico a la busca y caza de errores de todo tipo. 

¿Alguien se acuerda de cuando Pelé sacó del armario los problemas de erección? Fue allá por el 2002 y, en aquel momento, supuso toda una revolución. Si a día de hoy el tema sigue siendo un tabú que no veas (básicamente porque no es plan de ir por la calle con un rótulo que diga que no se te levanta), hace diez años todavía más. Y va el muy campeón y se lo echa a las espaldas a cambios de unos cuantos milloncetes. La cifra seguramente fue mareante, con ceros para aburrir. Si no, no entiendo que alguien quiera convertirse en la bandera de una enfermedad sexual sin ni tan siquiera padecerla. ¿Quién estaba detrás de todo aquel invento? Pues Pfizer, evidentemente, intentando darle bombo a Viagra. Si Pelé te recomienda que te tomes la pastilla azul, tú lo haces. ¿O no? ¿No confiarías en el hombre que te ha regalado grandes tardes de gloria en el fútbol? Lo mejor es la carta de "O rei" a todos los impotentes. "Espero animar a los hombres a hablar con sus médicos y mejorar sus vidas". Amén. 

martes, 18 de junio de 2013

Psicólogos: los reyes de la sensibilidad


Desde que he empezado a tomar Levitra antes de quedar con Anna, me siento como más seguro de mí mismo, más contento. Supongo que influye la tranquilidad de saber que, si la cosa se pone caliente, no tendré que irme por las ramas con alguna excusa barata. De todas formas, no he dejado de ir a terapia con Stephen. Él ha sido el primero en notar el cambio en mí, evidentemente. Está contento por ver que estoy mejor, pero lo he notado un poco escéptico. A lo mejor es por esa flema inglesa que se gasta o por la distancia profesional, no sé. Sin embargo, cuando le conté en la última sesión las novedades, se quedó más frío que otra cosa. Supongo que no quiere que lance las campanas al vuelo. Me ha dicho que una cosa es que yo consiga mantener relaciones sexuales con normalidad y otra muy distinta, haberme curado. ¿Y cuál es la diferencia, si se puede saber?

Me ha dicho muchas veces que tengo un problema conductual que va más allá de si se me levanta o no. Básicamente, la cuestión es que soy una persona excesivamente materialista. Con eso quiere decir que no doy toda la importancia que debería a mi lado emocional y sensible. Soy frío y establezco relaciones puramente funcionales con mi entorno. Dicho en cristiano: que me gusta controlar la situación y nunca me dejo llevar. Por eso, la impotencia en mí es doblemente complicada. Me frustra no ser el resultadista de antes. Según su diagnóstico, hago de las personas objetos. Me resultan útiles en un momento dado, pero no las necesito. Por eso no tengo una lista infinita de amigos ni siento la necesidad de ampliar mi círculo de conocidos. Me sobra y me basta con los que tengo. Sé que me cuesta abrirme a otra gente y que no resulto demasiado espontáneo por eso. Sin embargo, me gusta cuidar esa apariencia de hombre inaccesible, con un punto de arrogancia y siempre profesional aunque distante. 

Hace tiempo, mi terapeuta me dijo que no sé relacionarme con las mujeres. O al menos, no lo hago -en sus propias palabras- de una forma "sana". Según él, sé lo que yo quiero y no me intereso por averiguar qué quieren ellas. Que no me importan. Con Anna empieza a ser distinto, creo. En cierto sentido, sé que Stephen tiene razón. Pero, a veces, me molesta que me demuestren tan claramente mis errores y mis puntos flacos. No estoy demasiado acostumbrado a ello. A veces me siento un poco contra las cuerdas durante las sesiones. Supongo que es así como funciona la psicología. 


jueves, 13 de junio de 2013

¡Habemus sexum!


Levitra funciona. ¡Sí, señor! Si fuese creyente, hoy por la mañana habría salido corriendo a primera hora para poner unas velas o dejar una limosna en la capilla del santo patrón de los impotentes. Que digo yo que, puestos a bendecir cosas, los hombres con problemas en el sexo también nos merecemos un poco de atención. Si los animales tienen a San Antonio y los conductores, a San Cristóbal, nosotros deberíamos tener alguien a quien encomendarnos. Sobre todo cuando el agobio es tan grande que parece que nunca más volverás a disfrutar de un buen polvo sin pensar en nada que no sea tu placer y el de ella.

¿Se nota que ayer fue una gran noche? Supongo que es la primera vez que escribo un post para este blog con tan buen humor. ¡Es que le estoy sonriendo al Mac de las narices! Como si pudiera entender lo bien que me siento conmigo mismo. He pasado tanto tiempo delante de su pantalla que es casi como de la familia. Horas y horas haciendo estudios de mercado, proyectos, previsiones, balances, cifras y más cifras… Eso sí, por mucho que adore su rendimiento no lo veo yo por ahora tan avanzado como para darme una palmadita en la espalda y felicitarme por haber vuelto por mis fueros.

Anoche quedé con Anna, sí. Media hora antes de salir de casa, me tomé la pastilla con un vaso de agua para que actuase antes. Había leído que las comidas grasas podían disminuir el rendimiento de Levitra, así que preferí mantenerme a pan y agua (con la promesa de tomarme un buen postre luego, claro). De repente noté como una bajada de tensión, pero enseguida me repuse. Sin problemas. Fuimos a tomar una copa rápida, pero yo no podía esperar para pasar a la acción. Me sentía a tope, como nunca en las últimas semanas. Y en la cama fue fantástico. Respuesta inmediata en cuanto empezamos a tocarnos. Anna me pone, pero ayer mi respuesta fue tanto física como emocional.  Hicimos doblete. Ella estaba encantada y yo, ¡ni te cuento! 

martes, 11 de junio de 2013

La impotencia tenía un precio




Ya lo decían Clint Eastwood y cía. en aquel spaghetti western mítico que tantas veces he visto cuando era un niño. Ellos se referían a la muerte, pero para mí los episodios de impotencia se han convertido en los últimos meses en una pequeña muerte sexual (y social). Tanto es así que he dejado de saltar de mujer en mujer para limitarme a solo una con la que me siento más confiado y relajado. Mi terapeuta lo llama "sentir algo por alguien", pero a mí la idea del amor todavía me escuece un poco. Prefiero verlo con más distancia y no ponerle etiquetas a lo que tenemos. De hecho, ¿tenemos algo?

La disfunción eréctil me está costando cara, sí. Entre lo desquiciado que me tiene la cuestión de no poder ser dueño al 100% de mi rendimiento en la cama y el cóctel de ideas que me está infiltrando Stephen sesión a sesión, ya no sé ni adónde voy. Lo peor es que, ahora que me he decidido a probar las pastillas para la impotencia, me estoy echando atrás. No es que vaya a tirarlas ni a regalárselas al primero que se me cruce por la mañana en London Bridge, pero las tengo apartadas. He dejado la caja de Levitra en un cajón de mi mesita de noche, tan cerca y tan lejos. Estoy un poco acongojado (por no decirlo de otra forma). La lectura del otro día me ha dejado bastante rallado con el tema de los efectos secundarios. Supongo que tengo que dejar de pensar en los contras y centrarme en los pros del tratamiento para la impotencia.

Al fin y al cabo, he pagado 80 euros por una cajita de 4 pastillas de Levitra de 5 mg. Es la dosis mínima, así que se supone que sus contraindicaciones deberían ser todavía menores. Mañana puede que quede con Anna y pruebe a tomarme una cápsula. A ver qué tal funciona. Si da buen resultado, el día menos pensado me animo con una dosis más alta. O con el otro Levitra, el Levitra bucodispersable. Tiene muy buena pinta. Es como las nuevas Aspirinas, que no necesitan agua. Estés donde estés, te metes la pastilla en la boca y ahí se va disolviendo. Media hora después, estás listo para plantar batalla. O lo que haga falta…

jueves, 6 de junio de 2013

¿Qué hace un hipocondríaco leyendo los efectos secundarios de Levitra?

Buena pregunta. Y es que, aunque intento disimularlo y controlarme lo máximo posible, soy un hipocondríaco total. Ya de niño me agobiaba pensar en la cantidad de enfermedades que había en el mundo y en todas esas personas con las que me cruzaba cada día y que, potencialmente, podían infectarme. Si notaba el mínimo escozor en la garganta, tomaba miel como un poseso. Si me pesaban los ojos, es que estaba a punto de desarrollar una gripe y me metía en la cama nada más llegar del colegio. Sé que es algo irracional y con el tiempo he conseguido relajarme un poco, pero todavía me cuesta. Siempre tiendo a pensar en negativo sobre cuestiones de salud. Odio la enfermedad y veo su alargada sombra dondequiera que voy. 

Sin embargo, tampoco soy una fan de las medicinas. Evito todo lo que huela a dolor y sufrimiento, desde los hospitales a las pastillas. Es curioso, porque eso me convierte en un hipocondríaco de lo más raro. Me paso la vida protegiéndome por si acaso, pero suelo confiar en la naturopatía. Hasta ahora me ha funcionado bastante bien. Toco madera, porque hasta ahora he tenido una salud de hierro. Por eso me siento desarmado ante mis problemas de erección. No entiendo por qué mi cuerpo me está traicionando de esta forma. En contra de mis propios principios, me he aventurado a comprar un tratamiento para la impotencia. He oído y leído tanto últimamente sobre cómo funciona Levitra que podría escribir una tesis doctoral sobre el tema. Si he elegido esa pastilla es porque, en teoría, corro menos riesgo de sufrir reacciones adversas. Algo es algo. 

Solo a mí se me ocurre ponerme a vueltas con el prospecto de Levitra. En lugar de confiar a ciegas en la recomendación del urólogo, me entró la curiosidad y me puse a leerlo. Ya dicen que la curiosidad mato al gato (y casi hace lo mismo conmigo). ¿Qué pasa si soy uno del 2% de hombres que desarrolla alguno de los efectos secundarios de la dichosa píldora? ¿Y si empieza a ponérseme la cara roja como una berenjena y acabo pareciendo un "guiri" al sol de Benidorm? La congestión nasal, la fatiga y la somnolencia parecen soportables pero me imponen más los dolores de cabeza, la visión borrosa y las náuseas. A ver si por tomar Levitra no voy a poder centrarme en el trabajo. Por no hablar de las taquicardias o la tensión alta… Intentaré no pensar más en ello o me volveré loco (y seguiré siendo impotente). 


martes, 4 de junio de 2013

Intentando definir la impotencia sexual


El sábado después de ir a jugar una pachanga con los de la pandilla, Miguel y yo nos fuimos a tomar unas pintas. El resto estaban liados con temas del trabajo o habían quedado ya con las novias, así que los únicos solteros de oro nos lanzamos a la aventura. Quien dice aventura, dice Shoreditch. No es mi zona favorita de Londres y no suelo ir mucho por allí (será que me estoy haciendo mayor y tanto rollo trendy y toda esa actividad me cansan), pero el otro día nos apetecía un cambio de aires. Puede que también tuviera algo que ver que Miguel quisiese bucear un poco entre las jovencitas, a ver qué pescaba... 

Desde mi conversación con Anna hace unos días me siento mucho mejor conmigo mismo, pero también con ella. Me veo más seguro, como más contento. Es raro, pero me apetece volver a verla y no precisamente para acostarme con ella. Me he sorprendido a mí mismo sonriendo al pensar en dormir con ella. Evidentemente, no pienso decírselo. Ni a ella ni a nadie. Tengo mi reputación, ¿no? Parece que estas semanas son las de las revelaciones. Miguel es un tío muy directo, así que el sábado aprovechó que estábamos a solas para preguntarme sin rodeos qué siente uno cuando tiene impotencia, a nivel físico y a nivel emocional, claro. 

Para empezar, te sientes inseguro e indefenso, raro porque no sabes qué pasa exactamente y tu cuerpo no te responde. Sientes el mismo deseo sexual, las mujeres te ponen y estás excitado, pero cuando intentas penetrarla fallas una y otra vez. Cuando por fin lo consigues, no es lo de siempre y te frustra todavía más. Es tan surrealista que eres capaz de tener una erección cojonuda cuando te masturbas y, sin embargo, fallar cuando estas con una mujer. Y solo intentas disimular para que ella no se dé cuenta. Finges que estás agotado, que mejor solo dedicarse a un trabajito manual rápido y hasta la próxima. La impotencia sexual es una montaña rusa o, mejor dicho, una ruleta rusa. ¿Queda claro, Miguel?