Las últimas sesiones con mi psicólogo me han parecido un poco surrealistas. Yo creo que este tío tiene muchos diplomas y títulos enmarcados en su despacho pero que a la hora de la verdad todo se le vuelven teorías abstractas. No digo que no sea bueno, sería tonto si siguiera con la terapia pensando que es un negado. Simplemente hay días en los que me planteo hacia dónde pretende llevar este tratamiento para la impotencia.
En teoría, ayer no tocaba sesión con Stephen. La cuestión es que mañana me marcho de viaje de negocios a Estocolmo (lo sé, es una putada irte a un sitio tan frío ahora que llega el buen tiempo hasta en Londres) para cerrar una campaña y él decidió cambiar de día la terapia. Así que allí me fui, corriendo como un poseído a las 6 de la tarde en plena City. El metro estaba tan lleno que me quedé encajado en la espalda de un tío sudoroso de ésos que todavía no han descubierto el desodorante y amenazan con no hacerlo nunca. Con tanto ajetreo after work llegué con muy pocas ganas de hablar de mi pene, para qué negarlo. Me apetecía más ir a tomarme una pinta al pub de al lado que tumbarme en el diván de Stephen (si, es un estereotipo hecho realidad).
Pues mi impulso quedó confirmado cuando me anunció que vamos a probar una experiencia de reeducación sexual. Dice que no solo es la erección lo único que me falla. Según él, tango deficiencias en mi formación emocional. Vamos, que no sé estar con una mujer. Y quiere enseñarme. Él, que tiene cara de haberse casado con su primer amor y de no saber lo que es el sexo más allá de la Margaret de turno… Nunca he pensado que haya ningún problema en la forma en que me relaciono con las mujeres. Soy -o he sido- un golfo, pero no veo nada de malo en eso. Ni que fuera un estigma. Yo tengo clase, no soy un gañán de discoteca. Y nunca las he engañado. Como diría mi madre, "nunca le hagas a una mujer lo que no te gustaría que le hiciesen a tu hermana".
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