Hoy es una de esas mañanas en las que cualquier actualización resulta superficial y absurda. Tenía pensado seguir hablando de cómo van los preparativos de nuestras vacaciones, pero mejor lo dejo para otro momento. Ya sabéis que, aunque viva en Londres, estoy bastante al día de las cosas que pasan en España. Ayer por la noche quedé en casa para trabajar en un nuevo proyecto y, entre previsión y previsión, aproveché para echar un vistazo a la portada de los periódicos del día siguiente. Me quedé helado cuando vi la primera del El País: el descarrilamiento de un tren en Galicia arrojaba un balance provisional de 25 muertos. No había demasiada información a esa hora, así que volví a consultar antes de irme a la cama. Los datos seguían siendo muy confusos, pero la cifra de fallecidos y heridos no dejaba de aumentar.
Lo primero que se me vino a la cabeza fueron los atentados de Madrid en 2004. Las imágenes de aquella masacre, con decenas y decenas de cadáveres en las vías y los trenes reducidos a escombros nos marcaron a todos. Y el hecho de que no hubiera sido un fallo humano, sino un atentado programado supuso un gran shock. De repente nos sentimos vulnerables, débiles, pero inmensamente solidarios con las víctimas y sus familias. Sentimos que, en un cierto sentido, todos viajábamos en los trenes de Atocha y el Pozo del Tío Raimundo.
El accidente ferroviario en Galicia parece distinto. Los maquinistas han reconocido ya su responsabilidad en lo sucedido. ¿Cómo puede una persona equilibrada superar en más del doble la velocidad a la que circula cuando es responsable de las vidas de más de 200 personas? ¿Acaso pretendían probar las vías del AVE como si fuera un circuito de carreras? Me parece tan incomprensible y patético que un maquinista pueda jugar al macarra de barrio exprimiendo el acelerador al máximo…Las últimas noticias hablan ya de al menos 77 muertos y más de una centena de heridos. No dejo de consultar las ediciones digitales de los periódicos buscando novedades. Es terrible, terrible. Hoy los problemas personales no tienen cabida.
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