Mentiría
si digo que sigo la actualidad española como lo hacía antes de mudarme aquí.
Supongo que es algo normal. Al fin y al cabo, estoy en un país diferente y, a
día de hoy, me afectan más directamente las cosas que ocurren aquí que en
España. De todas formas, me gusta echar un vistazo varias veces a la semana a El País, Público o El Huffington Post
para enterarme bien de lo que se cuece por allá. Mis padres y mis amigos se
hartan de rajar al teléfono, poniendo a caldo a un montón de sinvergüenzas que
están poniendo patas arriba la política, la economía y la paz mental de la
gente. Si la situación no fuese tan grave, tendría un punto de surrealista y
hasta cómico todo ese trajín de declaraciones de unos culpando a otros que, a
su vez, intentar llenar de mierda al tonto del haba que pasaba por allí
despistado. Muy berlanguiano, ¿no?
El caso
–o caos, mejor dicho- que me tiene enganchado es el culebrón de Bárcenas. Es
difícil de entender que un simple tesorero (si es que el de tesorero puede ser
un cargo simple) haya conseguido poner en jaque a todo un partido y hacer que
le tiemblen hasta el carné de identidad
al mismísimo Presidente del Gobierno. Y luego van los del PP y sacan pecho
diciendo que a ellos no los amenaza nadie, que respetan la labor de la Justicia
española y que, por lo tanto, hacen voto de silencio perpetuo. Mutis por el
foro, vamos. No me extraña que a la gente de clase media-baja se le hinchen las
pelotas. Es que luego critican a los que hacen escraches… Yo más que
manifestaciones me dedicaría a okupar las mansiones de muchos, verías tú qué
bien. Claro que la mayoría de los que tienen la sartén por el mango no tienen
muy claro de qué va lo de escasez y la falta de dinero. Para ellos la necesidad
es quedarse sin el “Cinco Jotas” que les había prometido el amiguete de turno.
Me hace
gracia cuando mis colegas ingleses se refieren a España como si fuese el país
de Jauja. Entre la imagen que proyecta Rajoy y los titulares un pelo sensacionalistas
de The New York Times con las fotos de gente
rebuscando en la basura, no me extraña. Pero todo es matizable. Eso sí, ya va
siendo hora de que alguien dé por fin un golpe sobre la mesa (y nada más que
sobre la mesa, que luego pasa lo que pasa) y proponga de una vez por todas una
solución a la interminable crisis. A este paso, la gente acabará
acostumbrándose o emigrando a la Isla de Perejil con el ejército marroquí y la
fauna local. Al lado de los problemas de casi 6 millones de personas paradas que tienen
que buscarse las habas sin un mísero sueldo, lo de la impotencia casi suena a
chiste. Y es que es cierto que en nuestro país ha llegado un punto en el que no
hay pan para tanto chorizo.
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