Hace
tan solo un par de décadas –quizás un poco más- las vacaciones estándar de un
tío de 40 y tantos consistirían en llenar el coche hasta límites que desafiasen
todas las leyes de la física y enfilar con los niños y la parienta hacia algún
destino de playa o montaña. Y, a poder ser, no salir de España, que hay mucha
patria por explorar. Es increíble no solo cómo han cambiado las cosas a nivel
económico, sino tan bien de mentalidad. Estamos en plena crisis, pero con todo
y con eso a la gente todavía le gusta pasárselo bien y darse algún capricho en
verano. Para algo trabajamos duro el resto del año, que dirían los de la
generación de mis padres. Los de las agencias de viajes no paran de lamentarse del descenso de ventas pero, visto el panorama, casi deberían agradecer tener alguna. El horno no está precisamente para bollos y menos para tirar la casa por la ventana en planes exóticos.
Si mi
presente se hubiese desarrollado en los ’80, probablemente habría sido un bicho
raro. Una excepción sospechosa. Menos mal que nací a finales de los ’60, por lo
que a mí la “Movida” me cogió en plena adolescencia y juventud, no en la
supuesta madurez. Me abría perdido grandes cosas, sin duda. Pero a lo que iba,
que tengo más de cuarenta y llevo un ritmo de vida poco convencional para los
esquemas tradicionales. A mi edad, se esperaría de mí que tuviese una familia
ya formada. Debería haber tenido por lo menos un par de hijos ya en la
preadolescencia y una mujer agradable que me cuidase con mucho mimo y se
encargase de la casa al volver cansada de una jornada laboral maratoniana.
Vamos, que no respondo lo que se dice demasiado bien al estereotipo del hombre
de mediana edad que se las da de moderno y luego se muere por las sopitas de
mamá. Soy una persona muy independiente, un aventurero solitario.
Por eso
se me hace raro estar pensando seriamente en irme de vacaciones con Anna. El
otro día estábamos hablando de planes para el verano y ella me decía que
todavía no sabía cuándo cogerse una semana para irse a algún lado. Me mordí la
lengua, pero en ese momento me moría de ganas de proponerle hacer una escapada
juntos. A Marrakech, por ejemplo. He estado un par de veces en el Magreb, pero no
conozco todavía muy bien Marruecos. Una pareja de amigos pasó allí su luna de
miel y me lo han recomendado mucho. Creo que la próxima vez que vea a Anna
intentaré sacar el tema de nuevo y volver a sondearla. Si la noto receptiva, se
lo diré. En el fondo, hay algunas cosas en las que estoy tan chapado a la
antigua como otros.
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