martes, 9 de julio de 2013

Vacaciones de verano en pareja


Hace tan solo un par de décadas –quizás un poco más- las vacaciones estándar de un tío de 40 y tantos consistirían en llenar el coche hasta límites que desafiasen todas las leyes de la física y enfilar con los niños y la parienta hacia algún destino de playa o montaña. Y, a poder ser, no salir de España, que hay mucha patria por explorar. Es increíble no solo cómo han cambiado las cosas a nivel económico, sino tan bien de mentalidad. Estamos en plena crisis, pero con todo y con eso a la gente todavía le gusta pasárselo bien y darse algún capricho en verano. Para algo trabajamos duro el resto del año, que dirían los de la generación de mis padres. Los de las agencias de viajes no paran de lamentarse del descenso de ventas pero, visto el panorama, casi deberían agradecer tener alguna. El horno no está precisamente para bollos y menos para tirar la casa por la ventana en planes exóticos. 

Si mi presente se hubiese desarrollado en los ’80, probablemente habría sido un bicho raro. Una excepción sospechosa. Menos mal que nací a finales de los ’60, por lo que a mí la “Movida” me cogió en plena adolescencia y juventud, no en la supuesta madurez. Me abría perdido grandes cosas, sin duda. Pero a lo que iba, que tengo más de cuarenta y llevo un ritmo de vida poco convencional para los esquemas tradicionales. A mi edad, se esperaría de mí que tuviese una familia ya formada. Debería haber tenido por lo menos un par de hijos ya en la preadolescencia y una mujer agradable que me cuidase con mucho mimo y se encargase de la casa al volver cansada de una jornada laboral maratoniana. Vamos, que no respondo lo que se dice demasiado bien al estereotipo del hombre de mediana edad que se las da de moderno y luego se muere por las sopitas de mamá. Soy una persona muy independiente, un aventurero solitario.

Por eso se me hace raro estar pensando seriamente en irme de vacaciones con Anna. El otro día estábamos hablando de planes para el verano y ella me decía que todavía no sabía cuándo cogerse una semana para irse a algún lado. Me mordí la lengua, pero en ese momento me moría de ganas de proponerle hacer una escapada juntos. A Marrakech, por ejemplo. He estado un par de veces en el Magreb, pero no conozco todavía muy bien Marruecos. Una pareja de amigos pasó allí su luna de miel y me lo han recomendado mucho. Creo que la próxima vez que vea a Anna intentaré sacar el tema de nuevo y volver a sondearla. Si la noto receptiva, se lo diré. En el fondo, hay algunas cosas en las que estoy tan chapado a la antigua como otros. 

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