Llegamos ayer por la noche de Marrakech y hoy tengo la mañana libre en la oficina, así que aprovecho para poneros al día de las últimas novedades. Tampoco es que haya gran cosa que contar, pero bueno. Lo mejor es que me he pasado cuatro días de relax total sin pensar en nada más que en disfrutar. El vuelo de ida se me hizo un poco largo porque lo de los aviones sigue sin ser lo mío. Llevo más de veinte años de aeropuerto en aeropuerto, pero sigo sin acostumbrarme a esa sensación de estar colgado de ninguna parte. Ya sé que son más frecuentes los accidentes en la carretera, pero a mí me relaja eso de ir pegado a la tierra, de estar bien sujeto. Hasta en esto se me nota la vena neurótica, ese rollo aprensivo del que os había hablado hace tiempo.
Lo que hago es tomarme una pastilla relajante e intentar dormir. A Anna le encanta hablar, estaba tan emocionada que parecía una niña. Estuvimos contándonos anécdotas de cuando hicimos nuestros primeros viajes, cuando salimos de nuestros países por primera vez, de lo asustados que estábamos y de lo mucho que, sin embargo, nos había gustado la experiencia. A ella también le encanta conocer sitios nuevos, en eso somos iguales. Por eso tenía la espinita clavada con Marrakech. A pesar de que no está tan lejos y que no es de los sitios más caros, nunca había ido. Y yo tampoco, aunque he estado por Túnez, Egipto y Jordania. A los dos nos ha gustado mucho Marrakech. Es una ciudad con encanto, lo reconozco. Anna se compró varias cosas en el zoco: un detalle para su madre (se va dentro de unos días a verla a Italia), un colgante de jade, un frasco de puro aceite de argán y un tinte raro que en Europa no se encuentra. No sé si he dicho que le encanta la artesanía y vende online cosas que hace ella misma, desde camisetas cusmotizadas a colgantes, tocados, etc. Que conste que esto no es publicidad subliminal…
Esta mañana me he levantando pensando en ir al gimnasio. Estaba un poco agarrotado del viaje y me notaba pesado, como sin ganas. A mí lo de hacer ejercicio siempre me ha dado muy buen resultado. Me activa, me recarga las pilas y me motiva. Y cuando estaba dándole vueltas a todo eso, he escuchado a Anna ronronear a mi lado en la cama. ¿Quién necesita hacer pesas cuando puede tener otro tipo de sesiones de ejercicio? Estoy descubriendo una faceta desconocida en mí. Nunca me ha gustado demasiado levantarme y ver a una mujer compartiendo mi almohada. Pero ahora me gusta, me pone mucho esa idea. Me siento protegido por ella. Ha estado conmigo cuando más la necesitaba y ahora que estoy mejor, sigue aquí. No hago esto para recompensarla. Es que quiero estar con ella.
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