Tengo más de cuarenta años. A estas alturas, muchos esperarían de mí que hubiese formado una familia, que disfrutase de mis vacaciones en una playa pedregosa del sur de Inglaterra y me sentase cada noche a ver la televisión con una birra en la mano. La cuestión es que no soy precisamente el tío más estable emocionalmente, durante años he estado dedicado en exclusiva a hacerme un nombre profesional y no me interesan los compromisos. He ido saltando de una "relación" a otra sin demasiada dificultad. Cuando he estado solo es porque así me lo he propuesto. Y es que, en general, las mujeres no suelen resistírseme. Me he trabajado todo un currículo en encuentros esporádicos, citas sin futuro y ligues de una noche (o dos). El sentir la libertad de controlar dónde y cuándo, cómo y qué quieres sin tener que implicarte nunca es increíble. He tenido ocasión de poner en práctica fantasías de lo más locas. Y todo porque sabía que no implicaban nada más, que ellas se irían en cuanto acabásemos y que no tendría que preocuparme por cómo se sentían con respecto al ritmo que yo imponía.
Cuando era un adolescente, mi madre intentó inculcarme que debía tratar a las mujeres como si todas y cada una de ellas fuese mi propia hermana o ella misma. "Nunca les hagas nada que no quisieses ver en alguien de tu sangre", me decía cada vez que me cogía por banda. Y, en general, sigo su consejo al pie de la letra. Aunque a veces me puede más el egoísmo y las ganas. Mi prioridad ha sido mi propio placer, relajarme y no pensar en nada después de haberme pasado todo el día con el cerebro a 3.000 revoluciones. Ahora parece que me estoy reconvirtiendo. Es el "efecto Anna". Sin presionarme, va enseñándome otra forma de vivir el sexo. Eso sí, mi vena más morbosa no me la quita nadie. Siempre he sido muy curioso en la cama y me encanta probar cosas, inventarme posturas o llevarlas hasta el límite. Supongo que todo el mundo tiene sus fantasías sexuales, pero en mi caso más que fantasías son realidades. Nunca me he quedado con las ganas de intentar algo. Cuando algo me interesa, lo hago.
Una de mis primeras fantasías sexuales era participar en un trío. Ya sé que no es nada del otro mundo, pero por aquel entonces yo era todavía un crío. Una noche loca en una discoteca, conocí a dos amigas. Empecé a tontear con una de ella, pero la otra también me ponía mucho. Así que me dije "¿por qué no?" y al final de la noche les dije si querían ir a tomar algo al piso de un amigo mío. Ellas se intercambiaron una mirada cómplice y dijeron que sí, claro. Y me lo monté con las dos. La verdad es que me lo pasé de miedo, aunque reconozco que disfruto mucho más los tríos con otro hombre y una mujer. Es como una lucha primitiva por ganarse a la hembra, me pone muchísimo. Otra fantasía era eyacular en la boca de la chica tras una buena felación. También es básica, lo sé. Pero es de lo más excitante. La última que he puesto en práctica es ser penetrado por una mujer. ¿Pensáis que es imposible? Eso es porque no conocéis todas mis fantasías y perversiones…
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