jueves, 30 de mayo de 2013

Hay una cosa que te quiero decir


Últimamente noto que le estoy cogiendo el truco a lo de escribir un blog. Hasta me está gustando. Tanto que se me ocurren juegos de palabras para los títulos de los posts y tal (he estado escuchando canciones del año de la polca y me he inspirado en una letra de Tequila). Por lo menos me entretiene. En eso sí que tenía razón Stephen. A veces dudo de que realmente vaya a ayudarme a cambiar el chip, pero me ayuda a relajarme y me siento mejor después de soltar todo el rollo

El otro día coincidí con Anna en una fiesta after work en Canary Wharf. Bueno, más que "coincidir" nos encontramos allí. Hacía unas semanas que me había comentado que la habían invitado y, casualmente, mi colega Miguel quería pasarse porque conoce a uno de los organizadores y tenían negocios entre manos. Él sabrá. El caso es que los dos sabíamos que íbamos a estar en el mismo lugar y a la misma hora. No sé por qué, pero yo estaba de un humor excelente. Y quizás por eso se me ocurrió la brillante idea de tener la conversación de marras sobre mi problema de erección. Nos buscamos mutuamente con la mirada y cuando la vi con un grupo de gente de su trabajo se me saltaron las alarmas. Sonreí instintivamente. Tardamos un rato en quedarnos a solas. No había prisas. Ya he dicho que no es una mujer espectacular, nada despampanante. Sin embargo, me resulta increíblemente atractiva siendo tan normal. Esa tarde estaba muy guapa, con sus vaqueros lavados y su americana de marca. Le gusta la moda y se cuida, pero no es una chica de escaparate. Supongo que es más bien clásica, madura. 

Cuando nos libramos de la gente, me dio un simple beso en la mejilla y volvió a sonreírme con esa alegría tan particular que me desarma. Le cogí la mano y le dejé caer que quizás podríamos ir a algún otro sitio. A mi casa, por ejemplo. Supongo que ella se esperaba más de lo mismo: un poco de conversación, sexo y algo de picar para recuperar fuerzas. No se esperaba que fuese a abrirme en canal para hablar de cómo me siento sobre mi impotencia. Fue muy elegante, muy cariñosa. Me dijo que no pasaba nada, que estaría a mi lado si yo la necesitaba. Sin presiones ni exigencias. Me dio un abrazo como se le da a un niño y me besó de una forma muy dulce. No pude resistirme y le hice el amor. Sí, fue un poco más que solo sexo. Y, para mi sorpresa, mi rendimiento fue mejor de lo esperado.  


martes, 28 de mayo de 2013

¿Cómo hablar de la impotencia sin morir en el intento?



Desde que Stephen me sugirió que hablase con Anna no he dejado de darle vueltas al asunto. No es la primera vez que me lo dice, pero nunca lo había hecho con tanta insistencia. Al principio de la terapia me preguntó si tenía pareja estable o si veía a alguien. Yo le dije que me acostaba de vez en cuando con una chica italiana. Acostarse. No salir. Estoy seguro de que en ningún momento he dejado entrever que haya algo más. Vale que hayamos cenado un par de veces por ahí y que cada vez que viene a casa se quede a dormir. Pero, hasta donde yo sé, eso no implica ningún compromiso, ¿no? Somos dos adultos que se lo pasan bien en la cama. Bueno, que intentan pasárselo bien (a pesar de mis limitaciones últimamente). 


Pero mi terapeuta no es de la misma opinión. En el fondo creo que le pone llevarle la contraria a los pacientes para demostrar que es él quien lleva la voz cantante y que los títulos que tiene colgados en la pared no son de adorno. Según Stephen, estoy empezando a "implicarme emocionalmente" con Anna. En cristiano, que me gusta Anna. Y que si me da tanto palo no funcionar con ella en la cama es porque me importa algo más que el sexo con ella. Si solo fuera eso, ya le habría dado boleto. Y, sin embargo, ahí sigo intentándolo. 

Soy consciente de que tiene razón. No sé por qué, pero aunque me hace sentir fatal la tensión de no saber si voy a estar a la altura en la cama o no, nunca he pensado seriamente en dejar de verla. Lo he intentado, que conste, pero luego ella ha vuelto a llamarme y no he podido resistirme. O no he querido. Confío en ella y, en el fondo, me tranquiliza hacerlo con ella. Intuye lo que me pasa, pero nunca lo menciona. Después de ponerlo por escrito, me estoy dando cuenta de que Stephen no va tan desencaminado. Quizás debería hablar con ella directamente. O por teléfono, que es menos embarazoso. Puede que se merezca una explicación decente sobre por qué no se me levanta

jueves, 23 de mayo de 2013

Conjugando la impotencia: yo Viagra, tú Cialis, él Levitra...


Ya sé que Stephen es solo un psicoterapeuta, pero es MI psicoterapeuta y tengo tendencia a consultar con él todas las dudas que me van surgiendo sobre mi "problema". Por lo que he sabido, hay muchos hombres que no tienen realmente impotencia y toman pastillas para que se les levante. Puede parecer una chorrada -y probablemente lo sea-, pero muchos creen que cosas como Viagra pueden ayudarte a redondear la faena. A ver, yo nunca lo haría. Si funcionas, funcionas. Esto es blanco o negro, no hay medias tintas. Vale que unos días estás más cansado que otros y no te paras tanto en los detalles, vas al grano y solo quieres echar un polvo para descargar y punto. Pero lo asumes y sabes a lo que vas. No por ir más rápido lo disfrutas menos tampoco. Y otras veces no estás tan inspirado y pasas de echarle fantasía, te pliegas al misionero y tan contentos. Sinceramente, no siempre se puede ser un crack del sexo, ni falta que hace. Y lo digo yo, que si de algo entiendo es de seducir y ejecutar. 

La cuestión es que he visto que los medicamentos para la disfunción eréctil funcionan tanto para impotentes totales como para los ocasionales. El urólogo considera que mi problema es transitorio, así que con un poco de suerte dentro de poco tiempo estaré recuperado. Lo peor es que parece que es de origen psicológico, que es mi cabeza la que no deja que se me levante. Vamos, que tengo el enemigo en casa. La buena noticia es que no tengo ningún defecto ni ninguna historia de la circulación que haga que no se me ponga dura. Dentro de lo que cabe, es todo un alivio. También me ha dicho que puedo intentar combinar la terapia con un tratamiento para la impotencia, que a lo mejor el psicólogo no es suficiente. Que las pastillas me ayudarían también a mejorar mi nivel de confianza, dice. Sorprendentemente, Stephen no es demasiado partidario de la medicación. Todo pasa por reprogramar mi mente. Pero, de todas formas, me ha dado luz verde para probar unas pastillas para la disfunción eréctil. 

Admito que siempre me dejo llevar por la publicidad y las marcas, es lo que tiene dedicarse al marketing. Por eso había pensado en elegir Viagra. Es la más conocida, ¿no? Pero el urólogo dice que quizás me vaya mejor Levitra. Con unos efectos similares,  es más suave. No más suave en términos de rendimiento, sino que corro menos riesgo de sufrir alguna reacción al tomarlo. Empezaré por el de 5 mg y a ver cómo me va. El terapeuta me ha sugerido que lo hable con Anna. Que me acueste con ella no significa que sea mi pareja. ¿O sí?

martes, 21 de mayo de 2013

Dime cómo te masturbas, te diré qué disfunción sexual te espera



Soy un tío moderno, así que, por no variar, estoy enganchadísimo a Twitter. Lo tengo en español (la nostalgia me puede a veces), así que la lista de trending topics es también la de España. Ayer al salir del trabajo me lancé a “twittear” como si me fuera la vida en ello, que había tenido un día bastante estresante en la oficina y necesitaba desconectar. Uno de los temas del momento era de los más geniales que he visto últimamente: #modernizaunrefran. A mí siempre me han gustado estas frases populares que todo el mundo se sabe de memoria y que van de padres a hijos sin saber muy bien de dónde han salido. Algunas son la leche, no solo por lo acertado de lo que dicen, sino por la guasa que se gastan. Así que aparqué por un momento mis ralladuras y me puse a buscar algo ingenioso.

Se me ocurrió una de aquellas míticas frases que las chicas  escribían en las carpetas cuando yo estaba ya en la universidad y pescaba en los últimos cursos de instituto. ¿Quién no conoce el “dime con quién andas y si está bueno, me lo mandas”? Pues yo lo hice mío para versionarlo en 140 caracteres. De frase adolescente a refrán popular en cero coma. El resultado fue un “dime cómo te masturbas y te diré qué disfunción sexual te espera”. ¿Suena a amargado? Pues con razón. Ayer dediqué todo mi lunch a leer artículos sobre algo de lo que yo no era muy consciente hasta ahora: las repercusiones de la masturbación en el sexo en pareja. Resulta que dicen que dependiendo de cómo lo hagas, del ritmo y de la cadencia o incluso de la frecuencia con la que le des a tu mejor amigo, así rendirás luego en la cama. Que si estás muy acostumbrado a la velocidad, te costará esperar a la hora de eyacular y que si ella no te da el mismo compás, puede que ni se te ponga dura.

La cuestión es que, como el 99% de los tíos, yo me masturbo. ¿Para qué negarlo, si es algo de lo más común y normal? Y aunque tenga sexo –me refiero a hacerlo con alguien-, me gusta darle también en solitario. Nunca he pensado que haya nada raro en mi forma de masturbarme, pero llegados a este punto ya no lo sé. Tengo que comentárselo a Stephen mañana. A ver qué opina él. A veces me dan ganas de preguntarle si alguna vez pone en práctica todas esas teorías sobre las que despotrica. Tiene pinta de llevar años a pan… y Guinness. 

jueves, 16 de mayo de 2013

La impotencia psicológica del hombre impotente



No me considero un hombre impotente, sino un hombre que sufre impotencia. Aunque suene muy parecido, para mí no lo es. Lo he estado hablando con Stephen en la terapia y ha sido él quien me ha hecho ver la diferencia. Nunca he dejado que nadie me etiquete, porque tengo muchas caras y muchas facetas, así que no voy a dejarme clasificar simplemente por este problema sexual. Ser un hombre impotente es como claudicar, admitir la realidad y rendirse ante ella. Decir que sufro impotencia es ser honesto y sincerarme conmigo mismo, pero sin renunciar a que la situación cambie. Y es que, en estos momentos, nada ni nadie puede sentenciarme a no poder mantener una buena erección nunca más. Las tengo a veces y consigo masturbarme sin ningún problema. Algo querrá decir todo eso, ¿no?

Pero hoy me siento más solo que nunca desde que he empezado a darle vueltas a este tema. Casi no lo he hablado con nadie y, cuando he decidió abrirme, no me ha servido de alivio o he terminado siendo el bufón de turno. Me gustaría poder tener a una mujer con la que hablar, que me escuche atentamente y sepa entenderme. Podría recurrir a Anna, pero me hace sentir cohibido. Ella sabe tan bien como yo lo que me está pasando porque lo ha sufrido directamente. Al fin y al cabo, es con ella con quien las cosas no funcionan. La cuestión es que tampoco me pide el cuerpo acostarme con otras. A lo mejor es que me estoy asentando o madurando. Stephen dice que probablemente la terapia está comenzando a dar resultados y estoy modificando "mis esquemas de conducta". Me he acostado un par de veces más con Anna y ha ido bastante bien, pero no perfecto. No consigo repetir la erección después de la penetración. 

Siempre he pensado que en materia de sexo soy un tío desinhibido. Me gusta hablar de ello, disfruto haciéndolo y casi nada me corta el rollo. Soy una persona abierta en general, pero la impotencia me está superando. No quiero pensar en esto, pero no me lo saco de la cabeza. Odio tomar medicinas, pero he encontrado una página web que vende tratamientos para la disfunción eréctil online y con receta (será señal de garantía, ¿no?). En cuanto lea un poco más sobre lo que ofertan, me compro unas pastillas. No quiero seguir sintiéndome un extraño en mi propio cuerpo. 

martes, 14 de mayo de 2013

¿Chistes sobre sexo? ¡Con la impotencia no se juega!


El sábado me fui a comer con una pandilla de españoles con los que suelo quedar para jugar pachangas una vez al mes en un campo de entrenamiento que hemos encontrado en la zona de Vauxhall. Son lo más cercano a una pandilla de amigos que tengo en Londres. Y eso que yo nunca he sido un tío que busque grandes amistades. 

Soy más de ir con mucha gente y no implicarme demasiado en ningún grupo. Tengo a los de la oficina, los de mi antiguo trabajo en la agencia de marketing, a toda mi lista de ex-compañeros de piso, etc. Supongo que por eso nunca me faltan cosas que hacer, siempre hay alguien que envía el Whatsapp de turno para ir a tomar una pinta. Voy con unos o con otros dependiendo de qué plan me apetece más. Todo un "super flake", que dirían los ingleses. No sé si es por el rollo de ser españoles y estar todos aquí o porque vamos todos del mismo palo, pero con estos tíos soy más yo mismo. Nos gusta jugar al fútbol pero sin ir de estrellas, que ya peinamos canas. Y luego nos vamos de barbacoa para recargar las pilas, como unos campeones. 

La cuestión es que el sábado, después de tres botellas de un vino, empezamos con las coñas. Uno de ellos ha empezado a salir con una chica y quisimos vacilarle un poco con el tema. Si lo sé, me callo. Era inevitable acabar hablando de sexo. Y yo fui el blanco de los chistes. ¿Tú qué?, ¿sigue sin levantársete? Se lo había comentado a Miguel un día que habíamos estado de copas después de una de mis sesiones de terapia, pero no pensé que él habría corrido la bola. ¡Venga hacer chistes sobre impotentes! Que si uno que la mujer había tenido tres hijos y él no funcionaba en la cama, que si viejos que compran barras de pan esperando que se ponga duro, que si cómo se dice Viagra en chino, etc. Vamos, que se vinieron arriba y acabaron fastidiándome a mí la comida. Nunca pensé que me molestarían tanto unas cuantas bromas, pero estoy a la que salto y acabé picado. Con mi impotencia no se juega


jueves, 9 de mayo de 2013

Ríete tú de la terapia para curar la impotencia




Las últimas sesiones con mi psicólogo me han parecido un poco surrealistas. Yo creo que este tío tiene muchos diplomas y títulos enmarcados en su despacho pero que a la hora de la verdad todo se le vuelven teorías abstractas. No digo que no sea bueno, sería tonto si siguiera con la terapia pensando que es un negado. Simplemente hay días en los que me planteo hacia dónde pretende llevar este tratamiento para la impotencia. 

En teoría, ayer no tocaba sesión con Stephen. La cuestión es que mañana me marcho de viaje de negocios a Estocolmo (lo sé, es una putada irte a un sitio tan frío ahora que llega el buen tiempo hasta en Londres) para cerrar una campaña y él decidió cambiar de día la terapia. Así que allí me fui, corriendo como un poseído a las 6 de la tarde en plena City. El metro estaba tan lleno que me quedé encajado en la espalda de un tío sudoroso de ésos que todavía no han descubierto el desodorante y amenazan con no hacerlo nunca. Con tanto ajetreo after work llegué con muy pocas ganas de hablar de mi pene, para qué negarlo. Me apetecía más ir a tomarme una pinta al pub de al lado que tumbarme en el diván de Stephen (si, es un estereotipo hecho realidad). 

Pues mi impulso quedó confirmado cuando me anunció que vamos a probar una experiencia de reeducación sexual. Dice que no solo es la erección lo único que me falla. Según él, tango deficiencias en mi formación emocional. Vamos, que no sé estar con una mujer. Y quiere enseñarme. Él, que tiene cara de haberse casado con su primer amor y de no saber lo que es el sexo más allá de la Margaret de turno… Nunca he pensado que haya ningún problema en la forma en que me relaciono con las mujeres. Soy -o he sido- un golfo, pero no veo nada de malo en eso. Ni que fuera un estigma. Yo tengo clase, no soy un gañán de discoteca. Y nunca las he engañado. Como diría mi madre, "nunca le hagas a una mujer lo que no te gustaría que le hiciesen a tu hermana". 


martes, 7 de mayo de 2013

Estas vacaciones de verano se acabó el sexo esporádico


Este fin de semana, aprovechando que el lunes era festivo aquí en Inglaterra (es lo que tiene vivir en otro país, que luego tus días libres nunca coinciden con los de España), se organizó una barbacoa para los de la oficina. El manager general se encargó de todo, hasta del catering. En realidad supongo que sería su segunda de a bordo, que es la que le cubre las espaldas. Él es un poco negado para estas cosas sociales, como si le costara ponerse en el lugar de los otros y pensar qué pueden querer.  

Quedamos en el Richmond Park, que es uno de esos sitios que te hacen olvidar que cada día vives y trabajas en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo. De repente, estás en medio de la nada y rodeado de una vegetación que, a no ser que vengas del norte de España, no habrás visto en tu vida. Yo, que he pasado muchos años en Madrid, estoy poco acostumbrado a tanto verdor. Me gusta, ¡ojo!, pero se me hace raro no ver el asfalto por ninguna parte. 

Entre chuleta y chuleta, kebab y kebab, nos pusimos a hablar de los planes que tenemos para este verano. La mayoría de mis colegas de la oficina son bastante jóvenes (creo que yo soy uno de los mayores, a mis cuarenta y pocos), así que empezaron a hacerse los gallitos hablando de todas las tías que tenían pensado tirarse en dos semanas al sol. Que si me voy a Dubrovnik que es la tierra de los pivones, que si me largo a Salou y pillo seguro aunque sea con guiris borrachas que tanto les va la carne como el pescado, que si yo tengo novia pero la dejo si hace falta… Y yo allí, con mi poker face, tragando saliva y haciéndome el macho ibérico. Todavía no tengo ni idea de lo que voy a hacer estas vacaciones. Lo único seguro es que se me han acabado los días de buitre playero. No me siento cómodo sabiendo que quizás no vaya a funcionar en la cama. Tampoco es que me importe lo que vaya a decir una desconocida en un polvo de una noche, pero tengo mi orgullo. A lo mejor Anna quiere ir más en serio… Por lo menos tendría sexo -o casi- asegurado. 


jueves, 2 de mayo de 2013

¿Pero alguien se cree que hay alimentos contra la impotencia?




Yo soy escéptico y cínico por naturaleza. Nunca me he fiado de la opinión general. Cuando de niño me decían que tenía que comer verdura para crecer, miraba a mi padre con su 1,90 y sonreía para mis adentros. Al final terminaba por tragarme el plato de lentejas sin mayores dramas, pero era plenamente consciente de que lo hacía por propia voluntad y no porque mi madre hubiera conseguido engañarme. Y así sigo funcionando a mis cuarenta (y tantos). Es muy difícil -por no decir imposible- que alguien me la dé con queso. Simplemente tengo una gran intuición, un sexto sentido, que me hace reconocer cuándo hay gato encerrado en un asunto. 

En mi particular cruzada por encontrar un sentido a mi problema con el sexo me he encontrado con un montón de datos e información que no conocía. Suelo ponerlos en cuarentena, tanto si son favorables para mi caso como si no. No voy a ponerme a lanzar las campanas al vuelo después de haber comprobado que lo mío en la cama es últimamente más una ruleta rusa que una apuesta segura. Ahora que estoy pensando en probar directamente las pastillas para la impotencia, voy y me encuentro con un post en el que se decía que se puede mejorar la erección de forma natural. Lo que es más, se daba una lista de alimentos contra la impotencia llena de cosas que todos tenemos al alcance de la mano. Vale que siempre nos han dicho que somos lo que comemos, pero ¿hasta qué punto es verdad? 

En teoría, una dieta contra la disfunción eréctil debe contener zanahoria, cebolla, espárragos, ajo, uvas pasas y dátiles sexos. A mí encantan todos, la verdad. Lo tengo más que fácil para dedicarme al régimen de la impotencia. La cuestión es que no me lo creo. Si tan sencillo fuese, el que tome gazpacho por un tubo debería estar hecho un semental, ¿no? Porque es a lo que me suena esta lista. A gazpacho clásico. Si le quitas las pasas y los dátiles, es genial para el verano. Parece que todo tiene su explicación y estos alimentos tienen propiedades vigorizantes, afrodisíacas o vasodilatadoras. También hablan del plátano (rico en potasio y enzimas que protegen el sistema nervioso y favorecen la producción de feromonas), las pipas de girasol crudas o las gambas. Sonará muy chulo, pero ésta no es la alimentación contra la impotencia. Ésta es la dieta de un hipster